Esto no es una ficción, sino que sucede periódica, quizá debiera decirse, esporádicamente en la cama anchísima de mi amiga Erina, un nombre tan ligado a las furias.
El energúmeno es un ser simple, sin complicaciones. Los intelectuales de discoteca lo bautizaron "básico". Pero yo no coincido en tal apreciación subjetiva, porque él posee una capacidad muy especial que otros no a la hora de interpretar el idioma de la piel de Erina, digo, a la hora de la furia.
Es que cuando ella habla él no la entiende, pero nadie puede cuestionarle tal limitación, ya que en efecto, no es su especialidad el complejo sistema hecho de signos lingüisticos.
Bueno, tampoco se interesa demasiado por las cosas de Erina. Llámese la disposición de los libros, las fotos en los estantes, ni siquiera repara en las sábanas, si son nuevas o exóticas, o en el aroma extravagante de un sahumerio. Él, simplemente, llega como un hacendoso hombrecito y cumple su tarea con eficacia envidiable.
Y no se trata de que Erina ordena y el energúmeno acepta sumisamente, sino que existe una complicidad particular, un magnetismo que está en el orden del deseo, que nace en los ojos y culmina en la fruición sexual voluptuosa.
En este sentido, no es pródiga la vida de Erina, sino más bien paupérrima, y de ahí, los períodos de furia que el energúmeno, sin embargo, sabe interpretar. El pequeño Mesías que desarticula la urgencia y la fiebre, que conjura las noches de insomnio y las histéricas mañanas de oficina.
No se le pide al hombrecito una cena romántica o un desayuno americano servido en la cama un domingo por la mañana, no se le pide un paseo o una noche de cine o un ramo de flores. Él está, sencillamente, para frotar la piedrita del goce y liberar los flujos que se agolpan en el cuerpo de Erina. Las furias, la tormenta desatada, después del estrago de la necesidad y la sequía.
En eso tiene prestigio el energúmeno. En esa manera de arrancar las espinas, una por una. En la dedicación, que nada tiene que ver con el héroe que atraviesa cordilleras o desanda mares o enfrenta monumentales enemigos. Él es el libertador de orgasmos, y eso, no es poca cosa. Porque, aunque apenas acabado su ardoroso trajín, se vista y se vaya con la prisa del cartero, Erina ya es algo muy liviano, una pluma desnuda y desmayada en su anchísima cama, despojada del peso de las furias.